El hobbit: la desolación de Smaug

Este episodio sigue los hilos narrativos que comenzaron en el primero y que seguirán en el tercero. De un lado está Bilbo Bolson, el hobbit del título, reclutado por su talento para robar por el mago Gandalf. También está un grupo de enanos que deben ir a la montaña de sus ancestros, de la que se apropió un dragón, para recuperar su tesoro y su patria.

Es, en cierto sentido, una película de carretera. No hay autos ni un disfrute del paisaje pero sí muchos enemigos que obligan a este grupo de seres pequeños y barbudos a correr cada 20 minutos, en secuencias dinámicas y movidas. Es un tour apurado por varios reinos de esta tierra que se imaginó J.R.R Tolkien con un guía que parece sentir cariño tanto por esos paisajes de bosques y montañas como por los enredos levemente medievales de tribus con amistades y enemistades heredadas.

Hay también una pequeña dosis de romance entre uno de los enanos y una elfa de pelo largo y liso. A diferencia de la primera parte de la trilogía, que parecía quemar tiempo, la historia acá comienza en carreras y apenas hace un par de pausas para recuperar el aliento antes de continuar. En su camino, nos hace un recorrido por la tierra de los elfos, por una ciudad de humanos y por la montaña ancestral de los enanos donde reside el dragón Smaug del título. Es un recorrido veloz y entretenido que termina en punta, dejando todo en suspenso para la última entrega que llegará a finales del próximo año. Así, todas las historias quedan interrumpidas: la lucha de los enanos, la seducción del anillo para Bilbo, el enfrentamiento entre Gandalf y una fuerza oscura o el romance entre especies.

Es un retorno a los seriales del siglo pasado en los que el protagonista quedaba colgando de un abismo para ser rescatado en la entrega de la semana siguiente. Con la diferencia de que ahora hay que esperar un año para ver cómo salen del aprieto.

Por Manuel Kalmanovitz G.